Tijuana.- Durante seis años sólo pudieron rozarse las yemas de los dedos de vez en cuando a través de la verja que separa México de Estados Unidos.
Este sábado pasado, Gabriela Esparza y su madre, María del Carmen, por fin se abrazaron. Aunque fuera por sólo tres minutos con motivo de la celebración del Día del Niño en México.
Ese es el tiempo que tuvo cada una de las seis familias para encontrarse físicamente tras años separados a un lado y otro de la frontera. Por tercera vez, la puerta de emergencia de la valla entre San Diego y Tijuana se abrió brevemente para que varias familias se reunieran.
Es el tercer año que la puerta de emergencia de la valla se abre por unos minutos para el reencuentro de varias familias. Una de esas familias es la de Gabriela, de 25 años.
Y es que Gabriela o Gabi, como llama su madre, vive en San Diego, en Estados Unidos. María del Carmen, en Tijuana, México.
En busca de algo mejor
“Todo es bueno, me encanta esto”, dice a la BBC Gabriela, en un perfecto inglés y satisfecha con el país que la acogió. Llegó a Estados Unidos en 2001. Primero, en 1976, se trasladó su padre. Luego fue llegando el resto de la familia. Todos entraron de manera ilegal.
“Mis padres vinieron buscando algo mejor para nosotros”, afirma Gabriela, cuyo padre es residente estadounidense y atraviesa la frontera cada día para trabajar en San Diego.
Y aunque Gabriela, que tiene un hijo, encontró ese algo mejor, no fue fácil. Su hermano mayor fue deportado, sus padres se separaron, su madre regresó a México para ayudar a otra hija enferma.
Y Gabriela se quedó sola.
En 2012 se benefició del programa DACA, que permite a ciertas personas que llegaron a Estados Unidos cuando eran niños continuar en el país durante un período de dos años, sujeto a renovación.
Gabriela pudo así estudiar y trabajar. “Fue una bendición increíble. Me dio la oportunidad de trabajar legalmente”. Sin embargo, no puede viajar a México.
“Queremos tocarnos”
Por ello, la relación con su madre, sus hermanos y sus sobrinos es a través de llamadas y mensajes de texto.
De vez en cuando se ven a través de la verja en el llamado Parque de la Amistad. “Hablamos por tres horas, metemos el dedo pequeño por el agujero y la puedo tocar”, cuenta.
“Es triste porque podemos vernos, pero queremos tocarnos”, dijo a BBC María del Carmen, de 54 años, antes del encuentro con su hija. “Sólo tocamos lo que son las yemas del dedo. Un dedo completo no entra en el área de las rejas“.