lunes, diciembre 16, 2024

Arturo Aguilar: Una historia de superación, trabajo y éxito

Los Ángeles – EEUU.- Arturo Aguilar López es un inmigrante mexicano, que llegó a Estados Unidos a comienzo de los ’90. A diferencia de muchos de sus compatriotas, Arturo no salió de México para huir de la violencia o la pobreza. Según relata, su decisión la motivó el deseo de superar su adicción al alcohol.

 

“Yo le avisé a mis papás como unas dos horas antes de venirme (a Estados Unidos)”, asegura el hombre, quien, hoy en día, es un reputado empresario de la ciudad de Los Ángeles, en California. Actualmente, es el propietario de tres panaderías, dos restaurantes y dos tiendas de abarrotes.

 

Sin embargo, su historia de éxito no se fraguó de la noche a la mañana. Tras arribar ilegalmente a suelo estadounidense, el inmigrante se estableció con unos tíos y decidió buscar empleo. En cada ocasión, Arturo se postuló para el cargo de panadero, un oficio que conoce bastante bien, pues fue el mismo que desempeñaron su padre y su abuelo.

 

A pesar de su insistencia y de su constancia, el hombre no consiguió la oportunidad que buscaba y ello le obligó a trabajar como vendedor de helados.

 

“Yo veía que en la esquina de Santa Mónica y Western se paraban unos señores a descargar los carritos de paletas (heladas)”, comenta. Por ese motivo, un día se aproximó a aquellas personas y, sin dudarlo, pidió que le permitieran trabajar. Para su sorpresa, en ese momento, le entregaron uno de los carritos e, inmediatamente, se unió al grupo de vendedores.

 

Aquel puesto lo ocupó por aproximadamente tres días. De un momento a otro, el hombre fue llamado por una de las panaderías en las que había solicitado empleo. La posición que le dieron implicaba extenuantes jornadas, en las que laboraba desde las 7:00 p.m. hasta las 5:00 a.m.

 

Al recordar el pasado, Arturo subraya que el agotamiento nunca le impidió trabajar horas extra, de manera gratuita.

 

“El patrón me decía que no me quedara porque no me podía pagar y yo le decía que no importaba”, narra el inmigrante, quien asegura que fueron aquellas jornadas extendidas las que le permitieron aprender mucho de lo que hoy sabe.

 

Dos años después – y con suficiente experiencia en su haber – Arturo fue contratado por otro local, en el que se desempeñó como maestro panadero y como supervisor de toda la panadería. Sin embargo, cuando todo empezaba a equilibrarse, el mexicano tuvo que renunciar para colaborar con su tío, quien vendía frutas por las calles de Los Ángeles, a bordo de una camioneta.

 

Aquel trabajo fue el que le unió a su esposa, Sofía Pérez. “Ella me dijo, ‘te apoyo’ y dejó la universidad (en Oaxaca, México) para venirse conmigo a vender frutas en la calle”, cuenta el hombre.

 

Gracias al esfuerzo de ambos, el negocio creció. Al cabo de cinco años, pasaron de una a cinco camionetas, todas para vender frutas. Las ganancias fueron tales, que Arturo y su mujer pudieron comprar la que fue su primera casa.

 

Luego de establecerse junto a su pareja, el hombre aprovechó el garaje de su vivienda para construir una panadería improvisada. Instaló un horno, estufa, mesa y todo lo necesario para comenzar a hacer pan. Desde ese instante, los comerciantes no sólo vendían frutas, sino que también ofrecían donas, en cada una de sus camionetas.

 

La iniciativa estaba dando buenos resultados, hasta que, un día, las autoridades sanitarias llegaron a su hogar y ordenaron a Arturo dejar de fabricar sus productos.

 

Pese a la prohibición, el mexicano y su esposa siguieron adelante. Meses después de la visita de los agentes de salubridad, el matrimonio pasó por una de las panaderías en las que solían hacer compras. El establecimiento estaba en venta y la oportunidad de negocio implicaba invertir 30 mil dólares.

 

Aun cuando gastaron todos sus ahorros, los esposos aseguraron el local con una inicial de cinco mil dólares y el resto del dinero terminaron de pagarlo por cuotas. De esa manera, Arturo y su mujer inauguraron la primera sede de “El Valle Oaxaqueño”.

 

Esa primera panadería no sólo les garantizó la estabilidad necesaria como para deshacerse de las camionetas de frutas. También les ha permitido tener los ingresos suficientes para tener otras dos sucursales que, además, cuentan con restaurantes y tiendas de abarrotes.

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