Durante su infancia, Jennifer Paola Juárez le preguntó muchas veces a su madre por su padre, quería saber quién era.
Nunca imaginó que se daría cuenta de su origen al dejar su natal Guatemala y venir a Estados Unidos como una menor no acompañada en 2014.
Al preguntar sobre su progenitor, su madre –Michelle Juarez- siempre le cambiaba la conversación. Pero ante los agentes de migración, no le quedó otra más que confesarlo todo.
“Mi hija no tiene padre. ‘¿Cómo que no tiene padre? Todos tenemos uno’”, la cuestionó duramente el oficial de migración en una entrevista en Texas.
“Sí pero yo no sé quién es. Quedé embarazada después de que varios hombres encapuchados me atacaron en Guatemala. No les vi la cara”, respondió la madre.
El ataque
Hace más de 20 años, durante un paseo al sitio arqueológico El Baúl en Guatemala, Michelle fue víctima de una violación múltiple.
“Cuando meses después empecé a sentir náuseas y descubrí que me habían embarazado, sentí que todo se me nubló. Lo único que pensé fue que yo no quería tener ese hijo”, recuerda.

No pudo abortar porque ya tenía tres meses de gestación.
“Decidí entonces que lo mejor era darlo en adopción cuando naciera. Ya tenía tres hijos. Estaba separada de mi marido”, cuenta.
Pero cuando Jennifer nació, ocurrió lo inesperado.
“No la quería ni ver. Yo tenía una frialdad que asombraba. En la sala de partos, los doctores insistieron en acercármela. Cuando volteé a mirarla, se me removió todo y cambié de parecer en un instante. Decidí quedarme con ella, a pesar de que una prima a quien había prometido dársela, se enojó mucho conmigo por fallar a mi palabra“.

De Guatemala a Estados Unidos
Cansada de los abusos físicos que el padre de sus primeros tres hijos ejercía sobre ella, Michelle emigró a los Estados Unidos hace 10 años.
“Él también me había violado. Mi madre me obligó a casarme con él. Ya casados, me golpeaba y me abusaba constantemente. Yo no quería esa vida. Y con un embarazo de cinco meses, intenté suicidarme, tomándome un montón de pastillas. Terminé entubada en un hospital. Mi hija nació sana de milagro”.
Cuando finalmente se armó de valor y dejó a su esposo, dice que la gente la veía como si apestaba. “Pedí prestado y me vine para acá. Dejé a mis cuatro hijos al cuidado de una señora”, recuerda.
En Estados Unidos, Michelle vivió en la Costa Este donde trabajó en el campo hasta que vino a Los Ángeles. Poco a poco fue trayendo a sus hijos.

Jennifer Paola Juarez, ahora de 20 años, llegó de Guatemala como una menor no acompañada a Estados Unidos a los 17 años.
“Mandé por ella cuando un vecino la intentó violar. Yo no quería que corriera mi misma suerte”, cuenta la madre.
A la muchacha le llevó casi cuatro meses llegar a Estados Unidos. En un primer intento fue descubierta por los agentes de migración de México, puesta bajo arresto por dos meses y deportada a Guatemala.
En una segunda ocasión, logró cruzar la frontera estadounidense, pero fue atrapada por agentes de migración quienes la mandaron a un centro de detención.

Mientras, desde Los Ángeles su madre hablaba con Migración para sacar a su hija de ese centro y traerla consigo a esta ciudad. Durante esos trámites fue que el oficial de Migración indagó sobre el padre de la muchacha y a Michelle no le quedó otra que contar la verdad.
Descubre su pasado
Fue ahí cuando una psicóloga la sentó, le pidió tomar aire y le reveló que ella era producto de una violación.
“Como que no fue el mejor momento para decírmelo. Yo venía de un viaje muy difícil. Me sentía triste, sola, sin un apoyo. Cuando me dijeron eso: entendí por qué mi madre nunca me dijo quién era mi padre”, dice Jennifer con la voz entrecortada por la emoción.
“Me sentí muy mal al saber eso. Jamás lo imaginé. No me lo creía. Yo pensaba que mi papá había sido un hombre que no se hizo responsable por mí”, explica.
Eso no fue todo. Meses después al encontrarse con su madre, ésta le abrió su corazón y le confió que hasta quiso darla en adopción.
“Eso fue más duro. Me dolió mucho más. Tampoco me lo esperaba. Pero también entendí a mi madre. La admiro demasiado por ser tan valiente, por no abandonarme, por no darme en adopción, por traerme a Estados Unidos y luchar para que yo lograra la residencia permanente”, cuenta con voz llorosa la joven.
Jennifer dice que ella quiere prepararse lo más que pueda para ayudar a su mamá por la vida tan difícil que ha llevado.
“Quiero estudiar para ser médico forense”, dice sin dudarlo.
La verdad hizo que madre e hija se acercaran más. “Yo comprendí que no era culpable de lo que me había pasado. Ni tampoco mi hija. La verdad, la queremos mucho”, reconoce la madre.