Por: Francisco Miraval.
“Se necesita mucho presupuesto para hacer eso”, me dijo el experto. Y por un momento le creí. Permítaseme explicar las razones.
Una mañana reciente descubrí que la rueda trasera del lado del conductor de mi vehículo estaba totalmente desinflada. Llamé al club de automovilistas al que pertenezco y poco después llegó uno de sus técnicos. El experto rápidamente removió las tuercas que sujetan la rueda y se dispuso a quitar la llanta desinflada para colocar la de repuesto. Pero no pudo. Usó sus manos, sus pies, llaves pequeñas y grandes y hasta un taladro eléctrico, pero la rueda no se movió.
Me dijo que le daría aire a la rueda como para llevar al carro a un taller donde deberían usar alta tecnología para la reparación, con un costo probable de mil dólares y dos días de trabajo.
Decidir llevar el vehículo a un pequeño taller a cargo de dos muchachos hispanos. Les expliqué la situación y les pregunté si tenían la tecnología para solucionar el problema. “Sí”, dijeron.
Uno de ellos levantó el carro y quitó los tornillos de la rueda y el otro usó un neumático pequeño para golpear a la rueda todavía “pegada” en el auto, quitándola fácilmente en el primer intento. Luego, con jabón y una gaseosa muy conocida, quitaron el óxido. Y después repararon el neumático. Todo tardó no más de 15 minutos y ni siquiera quisieron cobrarme.
A veces, los expertos son quienes menos saben y la costosa alta tecnología no es la solución.