California.- El 8 de noviembre, justo el día de la elección presidencial, en la sección de Opinión de Los Angeles Times, Diana Delgado firmó una carta para Donald Trump que terminaba así: “And if you’re elected, I’m going to use it to give you hell” (“Si es electo, voy a usarla su educación– para darle infierno”).
Diana, una chica nacida en Lima, Perú, hace 22 años, le prometía al candidato republicano que, si ganaba, le haría las cosas muy difíciles. La carta se hizo viral de inmediato.
Trump, como ningún candidato presidencial antes, había encendido los ánimos anti-migratorios durante los 16 meses que duró la campaña y Diana, a través de su carta, le prometía que ajustarían cuentas.
Diana llegó a Estados Unidos en 1999, de cinco años de edad y de la mano de sus padres, dos expertos en computación que fueron requeridos por una empresa para ayudar a resolver el Y2K, el reto de programación provocado por la llegada del año 2000.
Todo fue bien para Diana y su familia hasta que cuatro aviones comerciales hicieron blanco contra las Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono para infligir a Estados Unidos el peor atentado terrorista de su historia. Los ataques se saldaron con 3 mil muertos y más de 6 mil heridos y sumieron al país en el más profundo temor.
Temor a, especialmente, los extranjeros. Miles de ellos que habían entrado a Estados Unidos con sus familias gracias visas de trabajo, fueron despedidos en los meses posteriores a los ataques y quedaron en el limbo migratorio, incluidos los padres de Diana. Casi de la noche a la mañana, ella y sus padres se convirtieron en indocumentados. El futuro promisorio que los había recibido en un nuevo país, se fue transformando de a poco en empleos mal pagados, en una eterna cuesta arriba económica y en un miedo perenne a la deportación.
Después de graduarse de la preparatoria Viewpoint, Diana consiguió una beca completa para ir a otra gran escuela, la Universidad jesuita Loyola Marymount, donde estudió Lingüística y Filosofía.
Con una prosa increíble, Diana cuenta en ese ensayo una anécdota que al leerla casi duele:
“La mañana en que mi papá tenía agendada una entrevista en Jack-in-the-Box, mi mamá tendió el saco más bonito que tenía mi papá, bellamente planchado, a los pies de la cama. ‘Siempre debes ponerte tus mejores ropas para ir a una entrevista, no importa que sea muy humilde’. Y así fue como mi padre entró al establecimiento con todo el orgullo de un hombre hecho a sí mismo, con la espalda recta y altivo, y fue confundido con un solicitante para un puesto de administración. Cuando se explicó, le dieron el trabajo de inmediato y le entregaron el tonto mandil rojo y el gorro.
Se puso el mandil sobre su saco. Pasó todo el día aprendiendo cómo freír hamburguesas y pollo empanizado, con su saco. Y cuando finalmente volvió a casa, grasiento y exhausto, empezó a pasar sus dedos por todos los pequeños orificios en el frente de su saco que hizo el aceite al brincar. Mi mamá se sonrió con culpa, él sólo la miró”.
En la carta que le envió, Diana le explicaba a Trump que, gracias a una beca, ella se graduó de la prestigiada secundaria Viewpoint, en Los Ángeles, en la misma ceremonia que Tiffany, la hija que el magnate tiene con su anterior esposa, Marla Maples. Una indocumentada se había graduado el mismo día, de la misma escuela que la hija de quien en ese momento era el candidato republicano a la Presidencia.
Cuando Diana escribió la carta no creía que Trump iba a ganar. Pero ganó y sus papás están preocupados. No es lo mismo decirle esas cosas a un candidato que decírselas al próximo presidente de los Estados Unidos. Ella tiene un poco de miedo, cree que metió la pata, pero no se arrepiente. Era necesario, dice.
Lo que Diana pronostica en un país gobernado por Trump será difícil: deportaciones, separación de familias, campos de detención, dolor. “Pero es en los tiempos más oscuros cuando surgen los héroes que nos enseñan el camino”.
Ahora viene el momento de enfrentarlo, como le dijo Diana en su carta. “Tenemos que ser fuertes, tendremos que sobrevivir, como lo hemos hecho tantas otras veces en el pasado”. Diana dedicará todo su empeño a luchar contra las deportaciones y contra cualquier iniciativa del próximo gobierno que dañe a quienes son como ella, inmigrantes sin papales.
Desde su casa en Los Ángeles, California, donde vive desde hace 17 años, Diana nos habló de todo esto y de muchas otras cosas:
–¿Cuándo llegaste a EU con tu papás? ¿Por qué vinieron?
–Llegamos en 1999, con una visa de trabajo de mi papá. Ambos estudiaron computación en la universidad. Mi papá vino a trabajar contratado por una empresa para ayudar a resolver el problema del Y2K, sacaron las visas y nos vinimos aquí. Pero las cosas se complicaron después de los atentados del 9/11. Las empresas empezaron a despedir a sus empleados extranjeros y despidieron a mi padre, no teníamos un patrocinador para la visa y las visas expiraron.
–¿No buscaron a un abogado migratorio?
–Encontramos uno que hizo un trabajo pésimo. Nos cobró 10 mil dólares, arruinó los papeles de la solicitud de residencia y desapareció. Nuestras visas expiraron. Y nos quedamos sin papeles.
En el mismo ensayo que escribió en 2014, Diana relata el momento en que se dio cuenta de que era, como sus padres, indocumentada en Estados Unidos.
Diana salió con su padre a comprar un regalo por el Día de las Madres. Su padre iba manejando, cuando ella le preguntó por qué nunca iban a Perú a visitar a su familia:
“Yo esperaba las respuestas habituales ‘Es que es tan caro’. ‘¿Cuándo tendremos tiempo para ir?’. Pero esta vez, mi papá fijo la vista en la calle delante de él. ‘Porque somos ilegales, hijita’”.
Me heló la sangre. Instintivamente pegué mis rodillas al pecho, acurrucándome haciéndome bolita, tratando de ocupar el menor espacio posible.
“¿Por qué?”, le pregunté.
“Es complicado”, suspiró. “Ellos lo echaron a perder. Ellos querían que nosotros estuviéramos aquí, nos reclutaron y lo arruinaron todo. Pero lo importante es que es un asunto temporal. Vamos a arreglar esto antes de que tengas que empezar a solicitar ingreso a alguna universidad, Dianita. Lo prometo”.
Cuando llegamos a casa traté de no dar demasiados pasos, porque pensé que erosionaría el suelo un poco más de lo que podría permitirme. Me metí bajo la cama y lloré. Trataba de no respirar porque no quería ser acusada de quitarle el aire a un ciudadano estadounidense que estuviera respirando. Realmente pensé que no merecía estar aquí… Después de un tiempo, Mami me encontró sin querer debajo de la cama queriendo asfixiarme a mí misma. Me sacó y me dejó sollozar en su pecho hasta que pude decir palabras coherentes.
“¿Por qué no me lo dijiste? ¿Por qué no me dijiste que éramos ilegales?”.
Incluso a la luz de la luna pude ver su cara ponerse amarilla de pánico. “No, no somos ilegales!”.
“Pero Papi dijo”.
“Tu Papi está exagerando, sólo tenemos visas que han sido congeladas, que están congeladas en el proceso, no se puede mover en este momento. Quiero decir que no tenemos exactamente las green cards, pero eso no quiere decir que somos ilegales. Tu padre tiene un permiso de trabajo. Vinimos aquí en un avión, no cruzamos la frontera como esa pobre gente. No te preocupes, Dianita”.
Necesitaba creer en ella. Confiaba en ella…
–Lo del trabajo fue duro para tus padres.
–Muy difícil. Los dos son profesionistas y los despedían a cada rato por el E-verify (un programa para detectar a personas que trabajan sin un Número de Seguro Social o utilizan uno falso). Nosotros vivimos en Los Ángeles, él se tuvo que ir a vivir a Minnesota, a miles de millas de distancia de nosotros, es como si hubiera migrado otra vez.
–¿Después de la preparatoria Viewpoint fuiste a la universidad, cierto?
–Me gradué en la Universidad de Loyola Marymount, una universidad privada jesuita. Estudié Lingüística y Filosofía.
Diana se benefició de una Ley estatal, parecida al Dream Act del Presidente Barack Obama en el nivel federal, que le permitió tener acceso a una licencia, de conducir y a los servicios del sistema estatal de salud.
Más tarde, a través de una acción ejecutiva, Obama puso a funcionar, en junio de 2012, una política migratoria llamada Deferred Action for Childhood Arrivals, o DACA. Esta Ley otorgó a inmigrantes traídos cuando eran pequeños a Estados Unidos la posibilidad de obtener un permiso de trabajo renovable cada dos años y, aunque no abría el camino hacia la legalización, sí los salvaba al menos temporalmente de la deportación.
–¿Qué haces ahora?
–Escribo para el LA Times, y soy tutor de idiomas en Loyola Marymount. Doy clases de español y de francés.
–Volvamos al tema de la carta a Trump, ¿cuándo la escribiste pensabas que ganaría?
–No, pensaba que Hillary (Clinton) Iba a ganar. Creía que Trump tenía alguna posibilidad, pero mínima y la carta fue como para mí como decirle antes de la elección ‘jeje, ya perdiste’. Cuando ganó me di cuenta de que me había reído del próximo Presidente de Estados Unidos.
–¿Tienen miedo tú y tus padres ahora?
–Sí. No quieren que yo me siga exponiendo. Creen que el nuevo Presidente es un peligro.
–¿Ahora hubieras preferido no haberla escrito?
–Creo que el riesgo en el que puse a mi familia… creo que si me hubiera dejado influir por eso no la habría escrito. Pero si se tratara sólo de mí, por supuesto que la habría escrito, y lo volvería a hacer. Es necesario que todo mundo sepa lo que está pasando aquí. Es necesario decirle al mundo cómo en este país se viene deshumanizando a personas (los migrantes) que tienen todo el derecho a la educación, a un trabajo, a ser libres y a vivir una vida feliz.
–Al final de tu carta le dices a Trump que le vas a complicar todo (“give you hell”). ¿A qué te referías, qué vas a hacer?
–Le voy hacer las cosas muy difíciles. Voy a luchar contra las deportaciones, voy a proteger a mi comunidad. La universidad Loyola Marymount es una institución jesuita, tiene una iglesia en nuestro campus. Es parte de la tradición de la fe católica proteger a las comunidades vulnerables. Estamos tratando que la iglesia sea un Santuario para los indocumentados, para los estudiantes, los trabajadores y sus familias.
–¿Qué pasó cuando tú y tus papás supieron que había ganado Trump?
–Mi mamá estaba conmigo. Me dijo de inmediato: “tienes que concentrarte en tus estudios, sigue con tu educación, no te expongas ya no te arriesgues”.
–¿Qué le respondiste?
–Que esto es más grande que yo. Que no puedo quedarme callada y, de manera sumisa, esconderme. Porque es muy probable que vengan por nosotros. Es probable que vengan por amigos míos indocumentados que no tienen los recursos que tengo yo. No pudo permitir que a ellos los deporten, aunque yo pudiera estar más segura. Creo que es un asunto moral, tengo que luchar contra todo eso.
–¿Qué te dijo tu papá?
–Que es mi decisión.
–¿Qué le dirías a Trump en una nueva carta o a él, si lo tuvieras enfrente?
–Lo mismo, le diría lo mismo.
–Ofendió a todo mundo, a los migrantes, a los afroamericanos, a las mujeres, es raciusta y xenófobo… ¿Cómo te explicas que haya ganado Trump?
–Hay varias razones, pero la más fuerte es que Estados Unidos en realidad fue fundado en el racismo y todavía no ha querido o podido dejar esa tradición. Algunos de los que votaron por Trump lo hicieron porque querían que detuviera el aborto legal o porque les sonaba bien arreglar la relación de Estados Unidos con Rusia o poner fin a la guerra en Siria. Pero la mayoría de quienes votaron por él lo hicieron porque querían recuperar al país de manos de los hispanos, de los migrantes, de los afroamericanos, de los homosexuales… es decir, querían recuperar un país que sentían ellos habían perdido a manos de toda esa gente que es diferente al hombre blanco heterosexual.