Buscar el origen al cambio de hora es algo confuso pero muchos historiadores le dan el honor al hombre que aparece en los billetes de 100 dólares, Benjamin Franklin.
Viviendo en París se dio cuenta de que los franceses no eran muy madrugadores por lo que se animó a escribir una carta al diario Le Journal en la que proponía algunas medidas para el ahorro energético: impuso un gravamen a las personas cuyas contraventanas impidiesen la entrada de la luz a sus habitaciones, subió el impuesto de la cera y las velas e hizo que las campanas de la iglesia repicasen al amanecer para que todo el mundo se levantase a la misma hora.
Pero, aunque todo el mundo conoce a Benjamin, nadie sabe nada de William Willett (1856–1915) y si hoy hacemos el cambio de horario es gracias a él. Era un mediodía de 1905 durante el cual Willet iba montando su caballo y se fijó que la mayoría de las ventanas aún tenían las persianas cerradas, lo que le pareció un desperdicio de luz. Así que se animó a publicar un folleto que tituló The Waste of Daylight en el razonaba lo siguiente: “Reducir el día en 20 minutos cada uno de los cuatro domingos de abril para ganar un total de 80 minutos de luz en las tardes de verano y hacer la operación contraria los domingos de septiembre”.
Su medida tenía un objetivo claro: aumentar al máximo el tiempo que podía dedicar a la caza, golf y otros deportes. Willett se obsesionó tanto con el cambio de hora que lo convirtió en su razón de vivir. Se pasaba meses y años hablando, reuniéndose con políticos y expertos para convencerlos… pero a los 58 años se lo llevó la gripe española sin ver su gran proyecto realizado.
Los pequeños cambios… son poderosos
El cambio de horario jugó un papel importante durante la I Guerra Mundial. Alemania fue el primer país en aprobar dicha modificación para reducir las horas de luz artificial y así ahorrar carbón que podría ser utilizado en la guerra. Los aliados se dieron cuenta que esta medida les estaba beneficiando y la copiaron. Con el tiempo se extendió esta medida por todo el viejo continente.
En Estados Unidos no fue hasta 1918, cuando una ley federal estandarizó el inicio y fin del horario de verano. Durante la II Guerra Mundial se obligó a todo el mundo a cambiar al horario de verano para ahorrar recursos durante el conflicto.
¿Nos ahorramos algo?
Este domingo 12 de marzo nos adaptaremos al horario de verano. No todo el mundo lo hará aquí en Estados Unidos: Arizona será el único estado que dormirá todas sus horas y el resto del mundo perderá 1 hora de sueño.
Pero… ¿nos ahorramos algo con este cambio? La verdad es que no y más de uno lo ha demostrado. En 2008 la Oficina Nacional de Investigaciones Económicas de Indiana realizó un estudio que puedes consultar aquí al poco tiempo de instaurarse el cambio de hora tras la Primera Guerra Mundial.
¿Conclusión? Contrario a lo que querían los políticos, el cambio de hora aumentaba la demanda eléctrica en un 1% traduciéndose en un gasto de hasta 9 millones por año en los hogares de Indiana en esas fechas.
Algunos expertos defienden que las condiciones ambientales producidas por el cambio en la luz tienen un claro efecto negativo en el ánimo y la salud de las personas. Estos efectos negativos duran unos días, algo parecido al ‘jet lag’. Este problema se soluciona rápidamente yéndose a dormir una hora antes un par de días.
En Charlotte, NC
Adelantaremos una hora a nuestros relojes en Carolina del Norte, como ingreso al horario de primavera/verano.