Por: Francisco Miraval.
Recientemente me enteré de la existencia de una fruta que crece naturalmente en ciertas zonas del norte de Estados Unidos y que, por carecer de todo valor nutritivo o comercial, simplemente se la ignora. La fruta se conoce como falsas naranjas o naranjas Osage. El único momento en el que alguien le presta atención a esa fruta es cuando caen tantas al suelo del árbol que las produce que bloquean alguna carretera rural y hay que despejarlas, ya que no sirve de alimento para las personas y puede ser dañina para los animales. Pero recientemente un ingeniero químico de Iowa, Todd Johnson, descubrió, siguiendo los consejos de su tío abuelo, que las falsas naranjas tienen propiedades curativas y antiinflamatorias. Johnson abrió su compañía y empezó a vender un aceite extraído de las semillas de las falsas naranjas a 85 dólares por 14 gramos, es decir, unos 6000 dólares por kilogramo, o 6 millones de dólares por tonelada. La historia me llevó a preguntarme cuántos elementos tenemos en nuestras vidas (creencias, ideas, experiencias, amigos, sueños) a los que simplemente descartamos porque considerarlos inservibles.
Obviamente, no estoy hablando de encontrar algo en nuestra posesión sólo para obtener cierta ganancia económica (aunque eso no estaría mal). Me refiero, por el contrario, a los auténticos tesoros escondidos dentro de nosotros. Quizá debamos dejar de escuchar a quienes nos desvalorizan, nos ignoran y nos desechan y, como la falsa manzana, abrir y compartir nuestros tesoros de sanidad cada vez que alguien los necesite. Luisa Fernanda Montero Francisco Miraval Mucho más de lo que necesitas