El Salvador.- Sentadas en círculo a la sombra de enormes árboles de mango y almendra, un grupo de mujeres emprendedoras relatan, con tímidas sonrisas, cómo han logrado montar sus pequeños negocios y proteger a sus hijos de las garras de las pandillas. Todo eso sin caer en la tentación de huir hacia Estados Unidos, como lo han hecho otras desplazadas en meses recientes.
Con la ayuda de capital semilla, estas mujeres de comunidades de bajos recursos han logrado autonomía económica, pasando de la desesperanza a poblar sus humildes casas de adobe de productos artesanales.
Así, mediante talleres de emprendimiento, capacitación y asesoría, el programa de Plan Internacional las ha convertido, en cuestión de meses, en artesanas, costureras, alfareras, cocineras, panaderas, peluqueras, o pequeñas empresarias en otras áreas.
“Con esta ayuda que nos están dando para montar nuestros negocios, vamos a poder tener nuestros propios ingresos y mejorar nuestra economía. Eso quiere decir que nuestro círculo familiar, nuestros hijos, van a estar mejor”, explicó María*, quien es dueña de una panadería.
Productos artesanales hechos por mujeres emprendedoras en comunidades pobres en El Salvador pic.twitter.com/cpQglKbClu
— María Peña (@mariauxpen) February 23, 2020
Es que, en las zonas rurales de El Salvador, los trabajos acompañan el ciclo de siembra y cosecha -disponibles principalmente para hombres- y, en la actualidad, la temporada del corte de caña empezó en diciembre y concluirá el mes próximo.
“Pasamos rayados (ajustados), y cuando termine la temporada, en un hogar donde sólo trabaja el hombre, es duro: comemos solo frijoles, queso y tortilla. Ya con hijos es difícil, porque a veces no hay cómo darles para el pasaje al colegio, o para llevarlos a la clínica si se enferman”, agregó María*, madre de un niño de ocho años.
Rosario instaló su pequeño taller en la casa de su madre, ya fallecida. Allí comenzó haciendo ajustes, ruedos y demás alteraciones, y el negocio ha crecido “de boca en boca” con la ayuda de amigos.
Ahora cuenta con algunas máquinas, pero quiere comprar una industrial para responder a la demanda de uniformes, y contratar a ayudantes.
“Tengo trabajo, siempre he sido una mujer luchadora”, afirmó Rosario, cuyas palabras, transportadas bajo el sol calcinante por una suave brisa, eran puntualizadas por el cantar de gallos y las risas de niños que correteaban a su alrededor.