martes, diciembre 24, 2024

Miles de africanos permanecen varados en Costa Rica

En una nueva ruta migratoria, miles de africanos han cruzado el Atlántico en los últimos meses con el fin de llegar por tierra a EEUU. Pero la crisis de inmigrantes cubanos en Centroamérica los dejó atrapados en Costa Rica. .

El padre se acerca y pregunta por los pañales. Le dicen que en un rato los empiezan a repartir. O eso parece que pregunta él, y eso le responde una pareja de voluntarios, y nadie sabe si en realidad ha entendido –porque el padre no habla ni español, ni inglés, ni francés, sino alguna lengua de su pueblo–. Aunque parece que sí, pues el hombre – que no quiere revelar su nombre ni su origen- asiente con la cabeza, como agradecido o resignado, y luego sigue de largo bajo el duro sol del domingo, dando paseos con su hija en los brazos, quizás para entretenerla.

La hija es una bebita con bata amarilla, unas pocas trenzas en la cabeza y una mirada auscultante que, para su edad, no le tenía por qué pertenecer. Pero es migrante, tal vez refugiada, y resulta normal y justo que tenga esa mirada. A fin de cuentas, es la misma mirada de interrogación sin malicia que desde hace meses comparten los quinientos africanos –mujeres, niños, jóvenes, senegaleses, congoleses, malíes, togoleses– refugiados en el Campo de Exposiciones Juan Arias Chaves de Paso Canoas, Costa Rica.

Ese es uno de los lugares que el gobierno de Costa Rica habilitó para los cientos de migrantes africanos sin pasaporte que se quedaron varados desde principios de año en Costa Rica, después de que Nicaragua cerrase su frontera con ese país por la crisis migratoria cubana. Pero mientras que la mayoría de los cubanos ya cumplió con su deseo de llegar a EEUU gracias a un plan internacional y a los beneficios migratorios de los que gozan en ese país, un operativo similar para los africanos no es posible, por lo que permanecen en albergues en las zonas fronterizas.

Dos guardias, desde un carro de la Fuerza Pública, custodian uno de ellos, el de Paso Canoas, y al preguntárseles si saben de alguna posible solución, dicen que no. Nadie sabe nada. Las autoridades costarricenses, que han pedido en foros internacionales cooperación de otros países para atajar la crisis, a veces parecen hacerse los de la vista gorda ante la decisión de algunos migrantes de seguir por su cuenta la ruta del norte hasta Estados Unidos.

Es principios de mayo y el Campo de Exposiciones parece hervir. Carpas de la Cruz Roja con colchonetas a todo lo largo y un batiburrillo de cosas en su interior. Tendederas de ropas, tanques de basura, pailas de madera, humo, una pila de agua en la que los migrantes se turnan o bien para asearse o bien para lavar alguna prenda o algún alimento. Mujeres yendo y viniendo con cara de pocos amigos. Varios grupos de hombres dando vueltas. El hacinamiento, el cansancio, la incertidumbre, y tal vez hasta la rabia, imposibles de disimular.

Orenga, que lleva un auricular en la oreja izquierda, una cadena de eslabones plateados y dorados al cuello, y una camiseta de rayas azules y blancas apretada al cuerpo, es uno de los pocos que conversa solícito. El resto se muestra particularmente arisco, como si ya no esperara nada demasiado generoso del mundo. Si no es para decirles que su situación se va a resolver, no quieren oír ni conversar nada, y es lógico que así sea.

Mega, por ejemplo, la mujer de Orenga, cocina arroz en una fogata improvisada –piedras, palos, carbón, una sartén tiznada– y rehúye cualquier contacto visual. Orenga dice que han venido porque en Lomé los asesinatos no paran, pero da la impresión de que podía haber dicho casi cualquier otra cosa. Mencionar penurias le resulta fácil. Tiene dónde escoger.

Se acostumbra a pensar al migrante bajo condiciones excepcionales, asaeteados por una coyuntura especialmente adversa –una guerra, una hambruna, etc.– que los hace huir. Lo que hay que entender de estos africanos es algo que –bajo la naturalización del horror– uno pueda terminar olvidando: parte del África negra es todo el tiempo una excepción. Todo el tiempo una hambruna y una guerra cotidiana –minuto a minuto– y por tanto muchas veces no hay que buscar una causa concreta, puntual, que haya hecho que en la flor de sus juventudes Menga y Orenga decidieran emigrar. En su caso, África ya era la causa concreta y puntual.

Aunque sí existe un hecho, no que cambia el fenómeno migratorio, pero sí la ruta: el cierre de algunas fronteras en Europa por las millones de personas que llegan a ese continente huyendo de las guerras en Oriente Medio, ha hecho que muchos africanos troquen finalmente el Mediterráneo por el Atlántico. A través de ahorros, detrás de los cuales a veces toda una familia espera ser reclamada, los migrantes que no logran conseguir una visa auténtica ni falsificarla y viajar en avión hasta algún país sudamericano, pagan entre 200 y 500 dólares a embarcaciones de traficantes disfrazados de pescadores.

–Persona encima de persona, más de un mes en mar –cuenta Keny, 24 años, congolés, quien aún saca tiempo para aprender español con la ayuda de amigos y libros, haciendo gala de una voluntad envidiable. Su amigo Grevery Robe, de 35, ha dejado atrás a sus tres hijos. Ambos, junto a Wilfrido Simeon, de 32, entraron a América del Sur por Brasil, donde trabajaron por unas semanas. En el Congo, se mal ganaban la vida como carpinteros o albañiles.

También de carpintero, pero en Senegal, trabajó Francisco, 26 años, quien ya se ha encasquetado un nombre en castellano. Desde hace días, Francisco está solo, porque sus amigos de travesía decidieron pagarles a coyotes para cruzar Nicaragua y el resto de Centroamérica.

Francisco solo quiere saber si alguien sabe qué va a pasar. Como a tantos, la parada en Costa Rica lo está desesperando. Consolarlo resulta difícil, grotesco.

Con una cicatriz en la frente, y un rostro desafiante, Francisco parece un guerrero. Después de todo, ha cruzado el Atlántico para hacer lo que se hace cuando se cruzan los océanos: conquistar no un continente, pero sí una posibilidad. Y está batallando por todos los medios: musulmán como es, lleva en el cuello un collar con un hacha, y un rosario, con los colores de su bandera, rematado por el Cristo redentor.

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