Mesa.-El aire seco roza los 40 grados en la ciudad de Mesa, en Arizona, cuando Mateo Lorenzo se limpia la frente, coge los palillos, y junto a Bartolomé Sebastián, comienza a tocar marimba, un instrumento declarado Símbolo Patrio en su natal Guatemala.
Antes de llegar a EE UU estos niños tienen que atravesar todo México. Una odisea que las autoridades mexicanas tratan de impedir, ayudadas por millonarias partidas presupuestarias de la administración estadounidense. Para lograrlo muchos menores centroamericanos compran papeles falsos, aprenden jerga y ensayan el acento mexicano para no ser deportados por el camino a su país de origen. La policía detuvo varias veces a Mateo para comprobar que era mexicano como decía. La primera vez, no pasó la prueba, así que tuvo que pagar una mordida al agente de turno de 800 pesos (38 euros). “Si no lo hubiera hecho, me deportan, y se me hubiera escapado la oportunidad que mis hermanos ya habían logrado”, explica el joven que ya había desembolsado 3.000 pesos al coyote, el traficante que le ayudó a cruzar hasta México.
La presión de la policía mexicana no es el único obstáculo. Bartolomé atravesó México con el salvoconducto que le daba la falsa identidad de Juan José Figueroa García, nacido en Chiapas. Aun así, evitó las ciudades: “Son muy peligrosas porque están gobernadas por el narco”. Prefiere no recordar “las penurias” del viaje que realizó hace tan solo seis meses. Mira al suelo y se aprieta las manos: “A los pollos, como nos llaman [los coyotes, también son conocidos como polleros], nos dejan a medio camino, así se muere la gente. Tengo una prima que se vino hace como cinco años, pero lastimosamente ella se perdió… Creo que ya está muerta”.
Bartolomé nunca supo que iba a tener que cruzar un desierto hasta llegar al límite fronterizo. “Me puse nervioso, pero me dije, ‘no debo abandonar”, recuerda ahora con un castellano tímido. “La verdad, el camino está difícil, das la vida, quizás te puedes morir, no se sabe…”. Describe su travesía por el desierto como una “caminata triste”: por el árido camino, que recorrió junto a otros tres chicos, encontraron un cadáver. Tras saltar la valla caminaron cinco horas antes de ser encontrados por la patrulla fronteriza. En la zona llaman a estos chavales “los Spiderman”: los más hábiles trepan el muro en minuto y medio.
Ya en suelo estadounidense, siguieron las sorpresas para Bartolomé: “Nunca había sido vacunado en la vida y en el albergue me pusieron nueve”, dice. Tras siete meses en Arizona le sigue llamando la atención que haya “tantos carros”. En Guatemala caminaba una hora para llegar a la escuela; coger el autobús era un lujo. Al despedirse su padre le dijo: “Ve, mijo, y si puedes, saca a la familia adelante”.