sábado, abril 20, 2024

Xavi Alonso entre los duelistas

El 17 de abril del año pasado fue un hermoso día de Sol. Cuando el autobús del Bayern, procedente del aeropuerto, bordeó el parque del Retiro por Alcalá, algunos jugadores bromearon con un compañero y le dijeron que no entendían por qué, pudiendo vivir con esa luz, eligió marcharse a jugar en Alemania.

Xabi Alonso iba pensando en otra cosa. En lo extraño que se sentía al entrar en la ciudad con un escudo distinto, el de la Bestia Negra cuyo nombre reza así, en castellano, en la pancarta de una peña muniquesa, y para enfrentarse al Real Madrid en un nuevo episodio de una de las rivalidades más aristocráticas y cruentas de Europa: «Igual de raro me sentía cuando iba a Donosti con el Madrid para jugar contra la Real».

Xabi Alonso siempre desarrolló un gran sentido de pertenencia en los equipos por donde pasó, comprendió el entorno, la identidad, se vinculó sentimentalmente. Ninguno de sus equipos le es ajeno. Por eso hoy, más allá de cuál sea el resultado, está condenado a ganar y a perder al mismo tiempo: «Y en la final me ocurrirá igual, si llega el Liverpool».

«Si puedes matar al Madrid y no lo haces, lo pagas»

Aquel Bayern cuartofinalista del año pasado estaba conjurado para remontar un 1-2 idéntico al que este martes supone un escollo para Heynckes, repescado para potenciar la alemanidad de las convicciones deportivas después de unas cuantas digresiones experimentales.

Aunque participaba en esa intensidad del vestuario, Alonso tenía agregada una carga emocional propia, tan fuerte que «llegó a desconcentrarme durante el partido», la del reencuentro con los que fueron su estadio y su hinchada durante un lustro largo. Llegaba, campeón del mundo y de todo, para gritar en Chamartín su último hurra.

Y la afición lo reconoció en su cambio como a uno de los suyos, pese a que el Bayern ganaba en ese instante 0-1 y la tensión se masticaba, con una ovación emocionante que luego se repitió, terminado el partido, cuando el jugador salió solo al césped para despedirse como en una metáfora de los focos que se apagan para siempre: «No temía ninguna hostilidad. Pero no me había podido despedir bien y quería hacerlo.

Lo que pasó fue más allá de mis expectativas». Después regresó al vestuario del Bayern donde, frescas la goleada en la prórroga y la expulsión de Vidal, existía un profundo sentimiento de frustración: «Pero sin hacerse las víctimas, ¿eh? Estos partidos se ganan y se pierden por cosas mínimas.

Nosotros fallamos un penalti en Múnich con 1-0. Si tienes la oportunidad de matar al Madrid y no la aprovechas, lo vas a pagar. Todavía ahora veo en el equipo esa capacidad de sobreponerse. Pasa 20 minutos malos, de acuerdo, pero se sobrepone».

Para un enamorado del fútbol, sobre todo de sus matices clásicos, el duelo entre el Madrid y el Bayern representa lo mejor: «Me gusta el fútbol. Cómo no van a gustarme estos equipos. O el Liverpool».

Dos clubes que no son advenedizos, sino que, como dice Alonso, tienen al mismo tiempo fondo histórico y constantes vitales, tradición y porvenir, y que, además, chocan desde hace décadas el uno contra el otro como en un antagonismo del Western.

Aunque el Real Madrid haya sido capaz de acabar últimamente con el terror que inspiraba Múnich y con las Noches Tristes que allí se enlazaban en tiempos más castizos y virulentos de los que queda un agitado recuerdo hecho de manos formando cuernos y pisotones en la cara.

El Bayern, un club cercano

Habiendo pertenecido a ambos equipos, Alonso los distingue en el hecho de que, si bien son iguales en repercusión e importancia, el Bayern se rige aún por criterios más cercanos y familiares que se aprecian en la accesibilidad de su añeja ciudad deportiva y en costumbres como las de almorzar y convivir los futbolistas con los empleados o entre ellos, con las familias, después de terminados los partidos de casa.

También es un club regido por ex jugadores que custodian la esencia, que no transigen con la aplicación de los valores reconocibles, todos ellos subordinados en realidad al apetito de un gigantesco competidor al que le vienen faltando desafíos en el torneo local:

«Los equipos que vienen detrás deberían igualarse más. Los rivales tradicionales. Sería bueno para la Bundesliga y también para el Bayern».

La cercanía del Bayern y de sus aficionados, según ha podido comprobar este cronista, también es posible gracias a una cultura distinta, menos invasiva que en España, donde el futbolista vive más expuesto y abrumado.

A buen seguro, lo que a Xabi Alonso, míster en formación, se le hará extraño este martes es no salir a jugar con ninguno de estos escudos que fueron el suyo.

Ya la vida es otra, distinta de la que se atisba desde la ventanilla de un autobús cuando la tensión a bordo, en estas noches europeas, ha de asemejarse a la de la barcaza en la inminencia del desembarco. Chocan el Madrid y el Bayern en una velada como tantas otras de las que tenemos llenos los recuerdos.

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